9 ene 2008

CUENTO DE EUSEBIO

La vida del pobre Eusebio no era vida en realidad. Más bien era un continuo estado de tensión, una existencia llena de sobresaltos y temores. El hombre le tenía una fobia terrible a los arácnidos, su sola invocación le erizaba los pelos, sudaba, se llenaba de ronchas, era un caso digno de terapia. No podía soportar nada que le invocara a ese bicho porque entraba en estado de shock. A tanto llegaba su fobia que había cubierto con tela adhesiva el asterisco de su teclado, las personas de pestañas largas lo inquietaban de tal manera que no podía mirarlas a los ojos, los ventiladores eran, para su mente atormentada, horribles arácnidos que estaban prestos a atacarlo, se sentía permanentemente vigilado por la multiplicidad de ojos de esos horrorosos bichos y a cada rato se tocaba su cuerpo para cerciorarse que ninguno de ellos caminase por su ropa. Por las noches colocaba su lecho en medio de la pieza y antes de acostarse, repasaba cada rincón de su cuarto, desarmaba y volvía a armar su cama, revisando cada pliegue de las sábanas y frazadas y golpeando el piso con un palo para ahuyentar a alguna araña que estuviese acechando. Dormía con un solo ojo y sus pesadillas eran recurrentes: se veía atrapado en una gruesa telaraña y de pronto era acosado por un gigantesco arácnido que se acercaba con sus fauces abiertas y prestas a morderlo sin ninguna contemplación. Despertaba empapado en sudor y con la garganta seca. Una noche, despertar de su pesadilla fue para verse sumergido en otra peor porque esta era real. Al tomar el vaso con agua que dejaba sobre su velador, casi se desmayó porque estaba a punto de empinarse el vaso cuando se dio cuenta que en él flotaba el cadáver de una araña de rincón. Sin casi darse cuenta, el vaso resbaló de su mano y se hizo añicos en el piso. Su terror fue mayúsculo ¿Estaba realmente muerta la peligrosa araña o sólo se había desvanecido? Mirando cada tramo del piso, salió de la habitación y se fue a dormitar al living. Las luces del alba lo despertaron por fin de esa pesadilla.

La terapia que le fue recetada, se suponía que lo curaría para siempre de esa horrible fobia. No se utilizaría hipnosis ni tranquilizantes ni nada de eso. Eusebio recibió una pequeña caja que llevaría consigo a donde fuese. En pocos días, nacería a la vida una pequeña arañita que el cuidaría y vigilaría para que creciera sana y robusta. Con muchos resquemores, el pobre hombre tomó entre sus manos temblorosas aquella cosa que le juraban que lo libraría para siempre de todos sus tormentos.

Efectivamente, en menos de dos días, una minúscula pelotita emergió al parecer de la nada y nerviosa correteaba dentro del frasco. –Debo considerarla mi hija. Ella es sangre de mi sangre, crecerá, seremos amigos…-repetía sin mucha convicción el pobre Eusebio. La alimentó con mucho cuidado para evitar que se escapara de la caja, de vez en cuando la contemplaba con atención y se decía: -Es algo muy halagador que ella sea mi hija. Y más aún que dependa exclusivamente de mi.
Increíblemente, una sonrisa escapó de sus labios, ya que, al parecer, la tensión y el miedo se pusieron de acuerdo para darle una pequeña tregua. Admiró las aerodinámicas formasde aquella a la que puso por nombre Cinthia. Comenzó a sentirla suya.

Tres semanas más tarde la arañita había crecido lo suficiente como para no perderla de vista. Parecía tener un apetito voraz ya que se engullía moscas y polillas con una prodigalidad digna de respeto. Eusebio contemplaba con placer como la araña se desarrollaba dentro de esa caja que pronto comenzó a hacérsele pequeña.

La prueba de fuego fue cuando el bicho abandonó la caja y subió despacio por el dedo anular de Eusebio. Este sintió que predominaba su amor de padre y la dejó caminar hasta el dorso de su mano. Después le ofreció un par de moscas para que su protegida se las devorara con fruición.

A los pocos meses, la que había sido una arañita, ahora era una enorme tarántula Goliat que deambulaba por la casa de Eusebio como pedro por su casa. El la veía trajinar con una sonrisa de satisfacción mientras le decía: -Cinthia, hija mía. ¿Para donde vas, chiquilla maldadosa? Ciertamente, la tarántula había logrado curar de su fobia al hombre. Tanto así que este abandonó sus hábitos enfermizos y sus extremadas precauciones, colocó una caja sobre su velador para que Cinthia durmiese allí y en muchas ocasiones, el hombre despertó por las cosquillas que le ocasionaban las patas andariegas de la tarántula sobre su cuerpo descubierto. Entonces tomaba con cariñoso cuidado a la araña y la depositaba en la caja, conminándola a dormir.

Eusebio renació a la vida. Fue otro. Ahora podía vivir tranquilo, sin sentir que la piel se le erizaba a cada momento al imaginarse que un arácnido rondaba sobre su cabeza. Incluso comenzaron a simpatizarle esos bicharracos de ocho patas y a tanto llegó su cariño que capturaba insectos para dejarlos a merced de sus bien dotadas mandíbulas.

Todo estuvo bien hasta que conoció a Belinda, una hermosa rubia que trabajaba en su misma empresa. La mujer había vivido gran parte de su niñez en Brasil y poseía un acento cautivador, tanto así que el parco de Eusebio cayó rendido ante su belleza y personalidad arrebatadora. Al poco tiempo se hicieron inseparables.

Al entrar al departamento de Belinda, el alarido que lanzó Eusebio alertó a todo el piso. Una enorme serpiente pitón se enroscaba sobre uno de los sofás. La muchacha sonrió y le aseguró con su sensual voz tropical, que no tenía nada que temer puesto que Alberto, que así se llamaba el ofidio, era absolutamente inofensivo. El hombre, traspirando helado, no se atrevió a cruzar el umbral y allí se quedó como hipnotizado mirando fijamente a la boa.

El doctor le entregó una caja en la cual se encontraba un huevo pequeñito. En pocas semanas, una diminuta boa rompería la cáscara para reconocer a su nuevo padre. Eusebio partió con la caja a su hogar ya que, por amor, uno es realmente capaz de hacerlo todo…

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